En el valle, la noche. Nubes ocultan estrellas, duendes regalan pesadillas, almohadas silencian lamentos. En el valle, la soledad. Lágrimas buscan amparo, desiertos deshumedecen labios, abrazos vacíos asfixian.
Mamá, ¿y este monóculo? ¿y la tercera dimensión? ¿y el resto del iceberg? ¿y el otro punto de vista? ¿y la ilusión de profundidad? ¿y la Tierra? ¿no es plana? ¿y este remiendo de tela? ¿amblio... qué? ¿vaga? ¿perezosa? ¿poco aguda? ¿negli...qué? ¿otro ojo? ¿dónde? ¿en el pecho?
Se desmontan castillos de arena, se evaporan torrentes de seguridad, se desintegran átomos del corazón, estallan burbujas de infancia.
Los límites padre-hija se desdibujan, y se vuelven borrosos, tan borrosos, que me pierdo, y no sé donde esconderme, donde refugiarme, donde escapar.
Escapar de este remolino que me lleva, sin escrúpulo alguno, al agujero negro, lleno de miedos, sueños rotos, estrellas fugaces y multitud de llantos de almas solitarias.
Avanzar en el tiempo no es otra cosa que dejar atrás, paso a paso, sueños de no soledad, para llegar a la soledad absoluta.